domingo, 15 de enero de 2017

If I can make it there, I'll make it anywhere

Ya era el último día. El último madrugón y la última paliza. Una parte de nosotros deseaba volver a Madrid y meterse de cabeza en un spa, pero la otra no habría dejado nunca esa ciudad.

No podíamos dejar Nueva York sin despedirnos de uno de sus principales iconos, la Estatua de la Libertad. Sí, otra vez. Bueno, siendo honestos, en realidad volvimos porque quería repetir las fotos que hice la primera vez, ya que el "monumento en cuestión" (como cantaba Mecano) se ve más de cerca a la ida que a la vuelta en el ferry gratuito del que ya os hablé en este post.

A diferencia del día anterior, que desayunamos en un buffet libre unas tortitas con el típico sirope de arce, entre otras cosas, aquella mañana decidimos coger un café y unos bollos en una corner shop y tomárnoslo en el metro. Igual vosotros os lo imaginabais, pero mi querido y amado novio no se paró a pensar que si deja un vaso de café encima de un asiento del metro es muy probable que se caiga y se derrame. Pues así fue, pero, en lugar de caerle encima a él, el karma decidió castigarme a mí con una bonita mancha de café en los vaqueros todo el día y con la consecuente sensación de haberme meado encima. Os podéis imaginar lo contenta que estaba. ¡Pero que no decaiga! Estás en Nueva York, nadie te conoce, así que intentas que nada te amargue. Además, para todo hay solución: el aire fresquito del paseo en ferry me sirvió de secador natural.

Me bajé del ferry con la sensación de haber perdido del tiempo, ya que las fotos salieron peor que las primeras. Así que me di por vencida y a la vuelta decidí disfrutar con los cinco sentidos de ese trayecto tan agradable.

Manhattan desde el ferry
Habíamos pospuesto las compras que faltaban para el último día, así que fuimos a la tienda Levi's en Broadway, donde compramos algunos encargos para familiares y también para nosotros, claro. La decisión de ir ese día no fue otra que aprovechar los nuevos descuentos (nos lo chivó la dependienta el día anterior). Así que arrasamos un poco y nos paseamos por otras tiendas como Topshop, Converse, American Eagle y las típicas de souvenirs.

Fuimos pronto a casa para comer porque nuestro avión salía sobre las 7. A Jorge se le antojó pollo frito, así que pasamos a por uno de esos típicos cubos de las películas. ¡Estaba riquísimo! Después de ponernos como cerdos comiendo pollo (¿ein?) ultimamos la maleta, miramos que no nos dejábamos nada en el apartamento, dejamos las llaves en la mesa del comedor y cerramos la puerta.

En principio el plan era ir en taxi al aeropuerto pero era mejor idea ir en metro y ahorrarnos 60$. No era nada complicado, ya una vez que te haces con el metro está chupado (lo dice una que todavía no sabe como funciona). Nos bajamos en Howard Beach JFK Airport (Línea A), donde nos tocaba hacer un cambio de tren. Para ello había sacar un billete diferente pagando un suplemento. Nos costó un rato averiguar cómo sacarlo y el personal no proporcionaba mucha ayuda. De nuevo nos pasó que, a pesar de ser latinos y darse cuenta que éramos españoles, nos seguían hablando en inglés. Fue cuando pensamos que probablemente estarían obligados de algún modo a hacerlo así. Pero me parece fatal, ya lo digo.

Después de media hora intentando entender el mecanismo conseguimos coger el tren que nos dejó en la misma terminal. Allí, una masa ingente de personas hacían cola para el control. Es impresionante el movimiento que tiene ese aeropuerto a cualquier hora del día.

Después de la típica espera y de comprar (más) cositas de última hora, por fin subimos al avión. Nos tocó en la fila de tres asientos del medio, en la que no tienes ventana. Yo daba gracias porque al lado mío no se sentaba nadie, pero... llegó. Era un tipo de unos 30 y pocos, medianamente atractivo, bien vestido, con una maleta muy pro. En realidad, todo en él era muy pro. Se sienta, se acomoda, y saca de su bolsa un kit de viaje que consistía en: antifaz, tapones para los oídos, un libro con linternita y una mini petaca. Eso es lo que se llama ir bien preparado para un viaje de 8 horas. Jorge y yo lo apodamos como "el pro", vamos, se ganó toda nuestra admiración. A mitad de viaje, vivimos una de esas escenas que solo ves en las películas: "Por favor, ¿hay algún médico a bordo?". Imaginaos quién subió la mano. Sí, "el pro" era médico. ¡SI ES QUE TENÍA QUE SER ASÍ!

El viaje de vuelta fue bastante más horrible que el de ida, con un montón de turbulencias que me hicieron temer por mi vida. Pero estoy escribiendo esto así que todo salió bien.

Nada más bajar del avión tomé la decisión de que tenía que escribir este blog. No será para premio Bitácoras, pero espero que lo hayáis disfrutado tanto como yo he disfrutado escribiéndolo y recordando tan buenos momentos en Nueva York.

A pesar de sernos tan familiar porque la hemos visto en muchísimas películas y series, esta ciudad acaba sorprendiéndote. Es como decían, como un escenario continuo en el que tú eres el protagonista de tu propio guion. Mágico y con algo de superficial, lleno de diversidad, de típicas escenas en cada esquina. Es como pasear por dentro de una pantalla en 3D, pero ahí está, lo estás respirando, lo estás viviendo en carne y hueso. 

Nueva York, la ciudad que nunca duerme y en la que (dicen) todo puede ser. Como cantaba Sinatra, "if I can make it there I can make it anywhere". 

Hasta pronto, bonita. 



domingo, 4 de diciembre de 2016

Chinatown, Little Italy y un atardecer en el Empire State Building

Cuando vas a viajar a Nueva York, una cosa que te suelen decir todos aquellos que ya han estado es que vayas de compras. Y nosotros no íbamos a ser menos, ¡por favor! Esa mañana la organizamos para darle un poco de uso a la tarjeta de crédito y comprar cosas ya no solo para nosotros sino para los encargos varios que nos habían hecho. 

Aunque yo no tenía especial interés en comprar nada concreto, Jorge sí quería y necesitaba pasar por algunas tiendas. Pero, como suele pasarme siempre, yo también piqué en el Century 21, un outlet  muy conocido en el que puedes encontrar básicos de buenas marcas a muy buen precio. Jorge arrasó, pero, en mi caso, para encontrar algo normal en la planta de ropa femenina me estuve dos horas (¡he visto cosas que jamás creeríais!). 

No todo iba a ser compras ese día. Nos quedaba todavía visitar Little Italy, China Town y subir a uno de los protagonistas de la ciudad, el Empire State. 

Chinatown y Little Italy se encuentran en el Lower Manhattan, y aunque están muy próximos, son dos mundos totalmente diferentes. Quizá este sea uno de los encantos de esta ciudad, que son varias ciudades en una sola. Cada barrio, cada zona, tiene una personalidad tan marcada que casi diría, a efectos sensoriales, que poseen su propia autonomía. Lo único que lamento de este viaje es no haber podido perderme más por estas calles, porque creo que tienen mucho que decir y muchas cosas interesantes que ver. La falta de tiempo, como siempre. 

Durante nuestra visita en China Town aprovechamos a comer en uno de sus miles de restaurantes, Peking Duck House, visitar algunas de sus infinitas tiendas y cotillear en los puestos callejeros de pescado, marisco, frutas y demás. El caos reina, como en casi toda la ciudad, los olores se entremezclan, y los colores destacan sobre el melancólico gris del día. 

Esta tendera se tapó la cara en cuanto vio que le hice la foto.
Little Italy es otro pequeño mundo, y digo pequeño porque ha ido menguando en los últimos años. Un cartel te avisa de que entras en "territorio ítalo", aunque es más que reconocible ya solo por las pizzerías y los colores de su bandera en los lugares más insospechados. No habría estado nada mal rematar el día cenando en alguno de sus restaurantes con manteles de cuadros rojos y blancos, pero la agenda mandaba.

Bienvenidos a Little Italy



La cita (casi) más importante del viaje llegaba: íbamos a subir al Empire State Building. Atardecía, así que íbamos a ver la ciudad iluminada. Todo el que viaja a Nueva York recomienda que subas a los dos rascacielos más importantes, pero en horarios diferentes, para ver la ciudad con diferente luz. Y yo lo suscribo. 

Para subir al Empire tienes la opción de subir sólo hasta la planta 86, o pagar un poco más y llegar a la 102. La subida se hace en varias tandas, no hay un ascensor que suba las 102 plantas del tirón, y siempre acompañado de un ascensorista elegantemente ataviado. Desde la última planta las vistas son más espectaculares, pero la magia se vive mejor desde la 86. Miles de personas se aferran a la verja de metal para ver el sol esconderse y disfrutar de la belleza de sus rayos chocar contra los cristales de los rascacielos. Probablemente haya que subir tres horas antes para coger sitio en primera fila, pero la vista es tan romántica y tan especial que seguramente valga la pena esperar. Nosotros nos tuvimos que conformar con verlo en segunda plana, pero es bonito igual, también lo digo.



 La planta 102 es un espacio minúsculo en el que tienes que luchar por hueco para poder mirar a través del cristal. Dar la vuelta es prácticamente heroico ya que siempre están los típicos haciéndose selfies con un fondo que no va a salir porque el flash rebota en el cristal. Duramos 5 minutos ahí arriba porque empezó a darme un ataque claustrofóbico brutal, pero las panorámicas desde aquí son sencillamente alucinantes. 



Agotados y reventados, decidimos que ya era hora de volver a casa, como siempre en el autobús que nos dejaba en la puerta (¡Qué subidón!). Esa noche no íbamos a cenar en ningún sitio porque con las cantidades ingentes que ponen en los restaurantes teníamos sobras para aburrir: tallarines y macarrones, buena combinación para la que fue nuestra última cena en una de las ciudades más increíbles del mundo. Buenas noches.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Un poco de Guggenheim, turisteo y nuestra última hamburguesa en Nueva York

Cada día es una aventura en esta loca ciudad. Y se iba acercando el final, y no queríamos que llegara, no queríamos. Pero aún nos quedaban cosas que hacer y sitios que descubrir, así que no perdimos el tiempo y nos levantamos una mañana más, esta vez para comenzar con otro de los grandes museos de la Gran Manzana: el Guggenheim Museum.  

Guggenheim Museum

Así como ocurre con el Guggenheim de Bilbao, el edificio, ya de por sí, es casi más impresionante que las obras que alberga en su interior. Obra del arquitecto Frank Lloyd Wright, ya se ha convertido en todo un referente arquitectónico y un icono de la ciudad. Nuestra experiencia en este museo no fue demasiado positiva, ya que estaban realizando movimientos de obra y la rampa que comunica todos los niveles estaba cerrada. Solo podíamos asomarnos, pero no circular por ellas, de modo que gran parte de la experiencia se perdió.

Trabajadores del museo gestionando el movimiento de obras

La colección permanente, obviamente, es de arte contemporáneo. Para quien no lo sepa, el señor Guggenheim fue un importante coleccionista de arte de principios del siglo XX. En 1937 creó la Solomon R. Guggenheim Foundation, dedicada al desarrollo y difusión del arte contemporáneo, que, además de este museo en Nueva York, también gestiona el de Bilbao y el museo de Venecia. Este último alberga la colección de la sobrina de Solomon, Peggy Guggenheim, donada a la Fundación en 1969. 

A pesar de no haber mucha cantidad, había muy buena calidad. Pudimos ver obras de artistas como Picasso, Chagall, Monet, Kandinsky y demás maestros de la historia del arte de vanguardia. Las muestras temporales no eran demasiado alucinantes, aunque hubo alguna que otra obra que me pareció bastante interesante o al menos curiosa. Jorge lo detestó sin más.

Kadder Attia, Untitled (Ghardaïa), 2009.
(Sí, está hecho de cous-cous)
Hassan Khan. Bank Bannister (Banque Banister), 2010
Otro de los motivos por los que quisimos ver el museo, aunque no os lo creáis, fue un retrete. Sí, un retrete. Os explico. Había leído en la prensa que el Guggenheim iba a albergar en sus lavabos un retrete de oro, obra de Maurizio Catelan, a disposición del público que lo necesitara. ¿Os imagináis? ¿Poder sentarte en un auténtico trono de oro? Ya que teníamos que hacer la visita de rigor al Guggenheim, al menos sumábamos este atractivo. Pero nuestro gozo en un pozo: lo ponían en septiembre. 
(Aquí os dejo el enlace con la noticia, para que lo comprobéis por vosotros mismos, no me estoy inventado nada: http://www.lavanguardia.com/cultura/20160916/41364452932/retrete-oro-maurizio-cattelan-guggenheim.html)

Un poco desencantados con la visita al Guggenheim, nos pusimos manos a la obra y continuamos pateando la ciudad, concretamente al Flatiron District. Allí, como su propio nombre indica, vimos el archiconocido Flatiron Building, característico por su planta triangular, similar a la plancha de la ropa (de ahí su nombre). Justo en las proximidades, Union Square, donde vimos las estatuas a Gandhi, a Andy Warhol, y el famoso Greenmarket. Continuamos caminando hacia Greenwich Village y llegamos a Washington Square Park, coronado por el famoso Washington Square Arch, un impresionante arco de triunfo de mármol que conmemora el centenario de la investidura de George Washington como presidente de Estados Unidos en 1789. Solo a unos metros, encontramos una gran fuente en la que tanto neyorokinos como turistas se sientan para descansar y refrescarse. En principio pensamos que era la de Bethesda de Central Park, luego creímos que era esta, pero al final llegamos a la conclusión de que la famosa fuente de la intro de Friends o está muy escondida o no está en Nueva York...o simplemente, ¡no es real!

Flatiron Building
Rinconcito de Union Square
Escultura de Ghandi en UnionSquare
En una de estas, antes de comer, fuimos a un bar a retomar energías. No me quedé con el nombre del sitio, pero la verdad es que tampoco era algo espectacular. Pedimos un par de refrigerios, y el camarero, que nos oyó hablar en castellano, se puso a hablar con nosotros. No recuerdo de qué país latinoamericano era, pero era francamente majo. Nos recomendó ir a un pub en el East Village. Nos apuntamos el nombre. Jamás fuimos. 

Ese día tocaba comer otra deliciosa hamburguesa (ya la última), esta vez en Corner Bistro. Situada en el West Village, es una de las hamburgueserías más famosas de la ciudad. El sitio no es nada glamuroso ni chic, todo lo contrario. Pero guarda un aura de bohemia y encanto, típico de esos típicos lugares que no pierden su auténtica esencia. Una parada obligatoria porque, además, la comida está riquísima.

Corner Bistro
Después de comer, fuimos a ver la supuesta casa donde vivían los protagonistas de Friends (90 Bedford St), y luego a la de Carrie Bradshaw, la estrella de Sexo en Nueva York (66 Perry Street). En esta última, hay una cadenita con una señal de prohibido (me imagino que para evitar que los turistas se hagan fotos en la misma puerta), con una hucha y un cartelito que anima a que dejes un donativo para encontrar hogar a perros y gatos callejeros. Ya que va a ir gente a la puerta de tu casa, al menos intentar sacar algo bueno, ¿no?

Mítica fachada de la supuesta casa de Friends

Las fans de Sex in the City reconocemos esta puerta

Nos piden que contribuyamos para ayudar a animalitos callejeros
Nos tocaba pasear por el barrio de Chelsea. De todo lo que vimos, lo más fundamental es el Mercado de Chelsea, antigua fábrica de la empresa de galletas Nabisco, creadora de las famosas Oreo. El resultado de la remodelación es un espacio que integra a la perfección la estética industrial, en el que se reúnen diferentes tiendas de dulces y productos gourmet. 

Tampoco podéis dejar de ir al High Line, una antigua vía ferroviaria elevada que, tras ser abandonada, en 2009 se transformó en zonas verdes. De este modo, un barrio industrial con muy mala fama se convirtió en una de las zonas más atractivas de Manhattan. A lo largo del High Line, podemos ver tumbonas en las que descansar o tomar el sol así como diferentes puestos de bebida y comida. Es una zona con mucha vida y muy de moda entre los neoyorkinos actualmente. Sin duda un agradable paseo en el cual todavía es posible ver las antiguas vías, camufladas entre flores y plantas.




Este post va a quedar un poquito más largo, pero es que tengo que contar uno de los grandes descubrimientos de este viaje (por recomendación de una gran amiga): Dylan's Candy Bar. Una tienda de gominolas en la que todo es posible: cada sabor y cada forma, cada chuchería que puedas imaginar, está en esta tienda. Es muy conocida en la ciudad, y de hecho muchos famosos son clientes habituales, como las gemelas Olsen, por poner un ejemplo. Allí encontramos las famosas grageas de todos los sabores que salen en los libros de Harry Potter, y las compré pensando que era algo super exclusivo y resulta que las venden en el VIPS (vaya fail). Compramos una cajita de gominolas, como buena fan que soy, pero me quedé con las ganas de comprarme una super piruleta gigante de peluche. No os podéis imaginar lo chula que era, ¡qué rabia! La tienda en sí es el mundo del caramelo, así que si te gusta no puedes faltar. Eso sí, picas seguro. Entrad en su web, ¡y alucinad!: https://www.dylanscandybar.com/

Imagen: www.dylanscandybar.com
Piruleta de peluche. Imagen: Imagen: www.dylanscandybar.com


Esta no fue la única tienda en la que entramos. Jorge arrasó en G-Star Raw porque estaban de rebajas, y yo aproveché para tantear en Victoria's Secret. Tanta fama que tiene esta tienda con tener modelitos provocadores, bonitos y elegantes, no podía haber cosas más horteras: ¡todo era flúor! Estaba realmente decepcionada con el bajón de expectativas (vamos a ver, ¿dónde estaba lo que llevan las ángeles en sus desfles?), pero pude encontrar algunas cositas que se podían salvar. Nos atendió una mujer rubia que hablaba español, extremadamente elegante y dispuesta. En un momento de amabilidad, nos dijo que nos regalaba un par de frascos de esencia de la marca (agua corporal y crema, vamos), que dijéramos en caja que era un regalo suyo (no recuerdo el nombre, pero creo que era Evelyn o algo así). Mientras estábamos en la cola, uno de los frascos empezó a chorrear, ¡estaba roto! Nos parecía muy bien el regalo, pero oye, ya que lo das, que sea en buenas condiciones. Así que reclamamos a la señorita y nos trajo otro en perfectas condiciones. Al llegar a la caja y comunicar nuestro obsequio, la señorita se quedó un poco estupefacta, pero nos creyó y nos lo metió en la bolsa for free.

Con todas las bolsas, hicimos otra parada en un bar llamado Soho Park, muy mono, decorado con macetas y flores coloridas, y con muchísimo ambiente. No es fundamental, pero si lo veis paseando por el SoHo, no dudéis en entrar. 

Esa noche decidimos cenar fuera de casa, ya por última vez. Y en esta ocasión lo hicimos en nuestro barrio de acogida, en Harlem, concretamente en Harlem Tavern. Ambiente no, ¡ambientazo! Éramos de los pocos blancos que había, lo cual no era de extrañar estando en Harlem. Tenían una amplia zona cubierta y otra de terraza, pero decidimos entrar porque a esas horas ya empezaba a refrescar. El sitio era bastante grande, más de lo que parecía. Pedimos unas alitas barbacoa y unos macarrones con queso que, cómo deciros, ¡buenísimos! Pero, como siempre, sobró para otra cena más, así que lo pedimos para llevar. Una gran elección sin duda para apañarnos la cena. 

Reventados y extasiados, nos fuimos directos a casa. Lo malo de querer visitar la ciudad tan deprisa y corriendo es la falta de energía para salir por la noche. En nuestra zona había muchísimos pubs de música en directo en los que, seguro, podríamos haber disfrutado de un espectáculo único copa en mano. Queda en la lista de pendientes para nuestra próxima vez.

martes, 25 de octubre de 2016

Todo es buen rollo en Coney Island

No podía ser de otra manera, con la suerte que tengo, que justo el día que íbamos a Coney Island fuera uno de los pocos que nos hizo frío. Pero a pesar de ir abrigados, el mal tiempo no nos impidió disfrutar de esta zona de playa, de su paseo marítimo y de su parque de atracciones, el Luna Park, el cual, al no ser aún temporada de verano, solo abría en fin de semana.

El camino desde Harlem hasta Coney Island, en el sur de Brooklyn, fue un poco largo y pesado, pero nada que no fuera factible (1 hora aproximadamente). Durante el trayecto, a Jorge le dio tiempo a hacer migas con el típico rapero negro con las manos llenas de sellos de oro, que a pesar de su imponente apariencia era un tipo super majo al que le pareció muy buena idea nuestro plan. 


Nos bajamos en Coney Island-Stillwell Ave y empezamos el día. Lo primero que hicimos fue sofocar el hambre cogiéndonos unos perritos calientes del Nathan's Famous. FABULOSOS. Caros como ellos solos, pero están realmente buenos y nos supieron a gloria bendita. Además, comer un perrito es prácticamente una obligación cuando sabes que fue inventado en Coney Island.

¿No es para estar salivando?
Luna Park es un parque de atracciones tradicional, con su noria, montañas rusas, juegos recreativos, etc. Nos pareció excesivamente caro el precio de los bonos. No recuerdo exactamente la cantidad, pero os diré que el Cyclone, legendaria montaña rusa de madera, costaba 10$/persona. Eso sí, una pasada (¡y eso que yo era reacia a subir!). Además de jugar a diferentes máquinas y demás, montamos en otra de las estrellas del parque: la noria, llamada Deno's Wonder Wheel. A diferencia de cualquier otra noria en la que hayamos podido subir, en esta tenías dos opciones: o montarte en una cabina normal, estática, o en una "swing", es decir, que se balanceaba. Y claro, nosotros no podíamos ser menos, y pedimos una "swing". ¡Lo que no sabíamos era la impresión que daba! Las cabinas "balanceantes" se desplazaban del centro de la noria hacia fuera a través de los radios, y en una de estas pensábamos que moriríamos disparados por los aires. Ahora nos reímos, ¡pero yo lo lo pasé un poco mal! También os digo que ahora, sinceramente, repetiría en la "swing" sin dudarlo. 

La mítica montaña rusa Cyclone


Este parque se encuentra justo al lado del paseo marítimo, por el cual caminamos un rato e hicimos mil fotos. Había bastante gente, a pesar de ser un día gris y un poco apático. Parece ser, por lo que tengo entendido, que en verano hay muchísimo ambiente y todo es buen rollo en Coney Island. No llegamos a pisar la playa, pero respiramos el aire del mar, y fue totalmente renovador después de varios días en el caos de Manhattan. El hambre acechaba todo el rato, así que hicimos dos asaltos más a los locales que encontrábamos en el paseo. Primero en White Castle Express, una cadena de comida rápida en el que las hambuguesas eran muy baratas y...¡cuadradas! Y después, ya antes de marchar, fuimos a Place to Beach, donde tomamos unas cervezas acompañadas de unas gambas a la gabardina. Todo muy acorde. 

No salten, por Dios
Chicas grabando lo que parecía ser un video musical
Las hamburguesas cuadradas del White Castle Express

Dejamos Coney Island y nos vamos al puro centro de Manhattan: Times Square. ¿Para qué? Pues para hacernos fotitos, que también tocaba. Pero además, aprovechamos para entrar en Disney Store, donde adoptaríamos a nuestra pequeña Minnie (que podríamos llamar of the Liberty). ¿A qué es MONÍSIMA? 

(Perdonen la foto, sé que no es de lo mejor)

Después de varias fotos en el estresante Times Square, compras de souvenirs varios y demás, decidimos marchar a casa. Esa noche tocaba cenar sobras del Carmine's (recordad que os hablé en otro post de esas cantidades ingentes de espaguetis), y un típico sandwich de pastrami que compramos en la tienda de la esquina.

Manhattan es muy fascinante, pero muy ruidosa. Por eso es necesario, cada dos o tres días, huir del centro para desconectar, descansar, y desintoxicarse. Al día siguiente nos tocaría una nueva paliza, pero de esas que se hacen con el mayor de los placeres.


lunes, 12 de septiembre de 2016

Arte con pretzels, M&M's y hot dogs clandestinos

Después de tal aparatoso día, nos levantamos una mañana más para enfrentarnos a un gigante: el Metropolitan Museum. Y cuando digo gigante no exagero, porque es sin duda uno de los museos más grandes que he visitado jamás. No sé cuantos días exactos (o años) necesita una persona para verlo entero con tranquilidad, pero nosotros sólo contábamos con unas horas así que ya podíamos organizarnos bien si queríamos hacer una visita global.

Imagen de www.nyc-arts.org


Pero antes de ir al Met cada uno tuvo que hacer una parada previa: Jorge se fue a la tienda Microsoft a gestionar su problema con la band, y yo me fui a hacer una visita a la Neue Galerie, una galería privada situada en la Milla de los Museos, en la Quinta Avenida. El edificio es una mansión de dos plantas comunicadas por una elegante escalera, y su colección se centra en pintura alemana y vienesa del siglo XX, cuya obra más destacada es el Retrato de Adele Bloch-Bauer, de Gustav Klimt, cuadro expoliado por los nazis en 1938 e incorporado a la galería en verano del 2006. A pesar de no ser uno de los Top Ten de los atractivos de Nueva York, ya había cola antes de que abrieran las puertas. No sé si era por el atractivo de su colección o por la exposición temporal que albergaba, "Munch y los expresionistas alemanes", en la que se encontraba el famoso "El grito". Como amante de Klimt, y por mi deseo de ver la famosa obra del señor Edvard, no era de extrañar que quisiera ir a esta galería. Como es bastante pequeña no se tarda mucho en verla y pude estar fuera enseguida para poder asistir al punto de encuentro: el mostrador de Información del MET. Pero si os gustan las tiendas, contad con tiempo extra para la de la Neue, ¡me llevaba todo! En ella adquirí una postal de una obra de un artista que no conocía, Alfred Kubin, y de la cual no pude evitar enamorarme. Entra en ese gusto mío, incomprendido por muchos, por lo oscuro, inquietante, fantástico, con toques góticos y siniestros. Y es que, ¡para qué son estas visitas si no es para aprender y descubrir nuevos artistas! (A ver Bea, que esto no es Habitación B, ¡corta!). 

Gustav Klimt, Retrato de Adele Bloch-Bauer I. 1907
La obra de la que me enamoré:
Alfred Kubin, Every Night We are Hunted by a Dream, ca. 1902-03

Mientras yo me deleitaba en este pequeño paraíso, Jorge negociaba con los de Microsoft Store. Les dijo que le empujaron y que al caerse se le rompió la band, y que si había alguna posibilidad de reparar la pantalla. Pero no, porque es una única pieza, por tanto no hay modo de repararlo, tenía que comprar una nueva. Claro, Jorge no estaba dispuesto a pagar otros tantos dólares, así que intentó presionar un poco a ver si se la cambiaban, y al final lo que hicieron fue devolverle el dinero, con la condición de que comprara otra con seguro (+40$). ¡LO QUE HAGA FALTA! Así que así hizo y tan contento. A día de hoy, la band sigue viva, pero no dejaría de darnos la lata en ese viaje. 

Llegamos al MET. Después subir esa mítica escalera, que tanto habremos visto algunos en Gossip Girl y en las fotos del desfile anual del MET, nos toca esperar una fila para que nos registraran bolsos y demás y llegamos al amplio hall del museo. Esto de ir con las tarjetas del ICOM (International Council of Museums) nos evitó la larga cola de la compra de entradas, así que entramos con nuestra invitación directamente. Y qué decir, ¡es una auténtica maravilla! A pesar de su amplitud, nos lo montamos bastante bien y vimos casi todo lo que queríamos. Yo aluciné con mi querido Egipto (el templo de Dendur, qué maravilla), Mesopotamia (¡mis Lamasus!), mi Mesoamérica precolombina, el arte contemporáneo, y a Jorge creo que le gusto todo, pero la parte de vanguardias simplemente le flipó. 

Templo de Dendur, Metropolitan Museum
¡No sé por qué me gustan tanto los toros alados mesopotámicos!
Los burgueses de Calais (1884-95), de Rodin
Vincent van Gogh, Autorretrato, 1887



A mitad de visita tuvimos que hacer una parada porque el hambre llamaba a la puerta. Como no queríamos perder el hilo y era bastante pronto como para comer, optamos por coger los típicos pretzels. En solo un momento nos convertimos en bocasecaman y bocasecawoman, tal cual. Un consejo: si podéis, cogerlo con queso, ¡está infinitamente más bueno! 


Además de miles de joyas de arte, el MET tiene una súper terraza desde la que ver todo Nueva York. No es nada comparable a las vistas que tienes desde los rascacielos, obviamente, pero es agradable poder descansar un poco y que te dé un poco el aire, y si te apetece gastarte el dinero, con un refresco en mano. Nosotros no teníamos pensado subir si no fuera porque había una instalación temporal de la artista Cornelia Parker: una reproducción en menor escala de la casa de Norman Bates en Psicosis, para la cual Alfred Hitchcock se inspiró en una obra de Edward Hopper que pudimos ver en el MoMa: House by the Railroad (1925)

En la terraza del MET, con la obra de Cornelia Parker de fondo

Edward Hopper, House by the Railroad (1925)


Una vez decidimos abandonar, con mucha pena, el museo, fuimos a ver si comíamos algo, aunque fuera tarde. Por eso decidimos volver al Pret a Manger, que nunca defrauda. Bueno, en este caso sí, porque cuando ya me estaba acabando la ensalada me encontré un mosquito atrapado en un aguacate. ¡Qué bonito aderezo! Fui a reclamarlo al señor dependiente (que por cierto, como para entenderle, estuve agudizando mi oído al máximo), y su solución no fue devolverme el dinero, sino ofrecerme cualquier otra cosa gratis, con todo el sentido del mundo. Yo, muy amablemente y con mi mejor sonrisa, le dije que no hacía falta (estaba yo para cargar con otra ensalada o bocata), que sólo era "to let him now" y que todo estaba OK. De ese Pret A Manger de la 6th Avenue también recordaré el fantástico contraste entre la alta calefacción y el frío del infierno que hacía cuando alguien abría la puerta. 

Justo después de comer, pasamos de nuevo por la escultura Love de Robert Indiana, que se encuentra en la Sexta Avenida con la 55. Foto típica para la que también tienes que esperar "cola". Cómo nos gusta el turisteo. 


La siguiente parada fue la tienda M&M's, en Times Square. Y lo digo, todavía sigo alucinando que una marca de cacahuetes de colores tenga semejante imperio. El merchandising, de lo más variado: ropa, muñequitos, cajitas, toallas, mantas, zapatillas, etc... Vamos, que tienes para elegir. Jorge aprovechó a comprar un peluche para su sobrina y una bolsa de M&M's. A la hora de pagar, Jorge ve un cartel en el que indicaba que por una compra igual o superior a 25$ en M&M's, por 5$ más te llevabas una manta. Bien, pues la balanza marcaba 24,99$, a lo que Jorge dice que, por favor, si le pueden aplicar la oferta de la manta igualmente, que si es por un centavo no le importa añadir un par de cacahuetes más, pero la chica se emperró en que no, sorry. Pero claro, ahí no quedó la cosa, y Jorge, con lo que es él, fue a hablar con otro dependiente y le contó lo sucedido: "No problem", fue la respuesta. Se dirigió a otra cajera y le vino a decir que nos diera la manta. Y así hizo y así fue. Y tan contentos, oye, que la manta mola un montón y queda súper chula en el sofá marrón del salón. 

Nuestra manta molona de M&M's.
Ahora guardada, gracias

(Os dais cuenta del trato que dan al consumidor, ¿no? Para el cliente nunca hay "problem". No digo ná y lo digo tó). 

Una vez fuera, decidimos parar por casa un rato porque el cansancio ya era un poco insoportable. Nos cambiamos, nos ponemos un poco monos, y nos vamos al East Village, más concretamente al Crif Dogs. Este sitio era un antiguo speak-easy, uno de esos sitios en los que, durante la época de la Ley Seca, servían alcohol clandestinamente. Nada más entrar, ves la barra al fondo y unas mesas, como un restaurante normal. Y justo en la pared de la izquierda está la cabina teléfonica en la que tienes que entrar y llamar para pedir mesa en la sala "secreta" del otro lado. Lo que pasa es que si no llamas previamente y reservas, te toca esperar 3 horas. Y nosotros no estábamos dispuestos, así que finalmente pedimos unos perritos calientes en la sala principal. La chica que nos atendió hablaba español bastante bien, y le gustó practicar con nosotros. La verdad es que era muy mona y muy simpática y estuvimos hablando un rato. Cuando nos fuimos, Jorge le pidió una tarjeta de visita como recuerdo, y la chica, apurada porque no tenía nada, entró al almacén un momento y cuando salió, ¡nos traía un gorro para Jorge y una camiseta para mí! Eh, y con la mejor de las sonrisas: "Chicos, no tengo tarjeta, pero puedo daros esto!". ¡Nos quedamos con una cara de tontos! Una grandísima experiencia y los hot dogs, ¡riquísimos! Un must go en toda regla, cuando volvamos seremos precavidos y reservaremos antes. 

Los perritos del Crif Dogs
Crif Dogs
¡Mi camiseta chula de Crif Dogs!

El camino de vuelta fue en autobús. Algo bueno que tenía nuestro hogar de acogida era que tenía muy buena conexión con ese lado de la isla por autobús. Conexión puerta a puerta que agradecimos muchísimo, y más a nuestros caseros que fueron quienes nos advirtieron de que no cogiéramos el metro para ir a la Quinta Avenida, Upper East y el East Village, que íbamos a dar una vuelta curiosa. 

El día fue largo pero muy provechoso. Y, como todos los días, acabamos reventados. Pero estábamos ilusionados, porque al día siguiente ¡nos esperaba Coney Island! Pero esto ya, os lo cuento en el próximo post, que espero que no tarde tanto como este (es lo que tiene el verano, ¡discúlpenme!)

miércoles, 20 de julio de 2016

Central Park, Bryant Park, Queensboro Bridge...Qué maravilloso, ¿no?

Nos merecíamos un poco de relax. Era el día de dejar de lado los museos y alejarnos del estrés y el agobio de la ciudad para dar un paseo por el Central Park, qué maravilloso, ¿no?

Ya sabréis que este famoso parque, situado en el corazón del uptown, es una cosa realmente inmensa y que vérselo entero en sólo una mañana es tarea imposible. Así que decidimos ir a ver las cuatro cosas más "importantes": la fuente de Bethesda, el Literary Walk (por deseo de aquí el filólogo, había que ver al "tío Will"), la estatua gigante de Andersen, la de Alicia en el País de las Maravillas (como siempre, haciendo cola para conseguir sacar una foto), y entre otras cosas, el Strawberry Fields, monumento a John Lennon, quien fue asesinado en las cercanías del parque. En esta zona, atestada de gente, suele haber músicos interpretando canciones suyas y de los Beatles. Para aquellos que pueden llegar a abstraerse de las multitudes y del, probablemente, desvirtuado homenaje, es posible conseguir estremecerse mientras se escucha "imagine all the people... living for today...".

Central Park rules!!
Vista de la Fuente de Bethesda
Detalle del Strawberry Fields
Alicia en el País de las Maravillas
Decidimos descansar un rato tumbados en una de las múltiples zonas verdes del parque...Yo, después de haber estado en el Green Park o el Hyde Park de Londres, he de admitir que este no deja de sorprender. ¡Una pasada! Me habría gustado explorar un poco más, adentrarme en los rincones más escondidos, ir con la calma, al anochecer, y rememorar ese baile de Cyd Charisse, ataviada con ese vestido blanco, y Fred Astaire en The Band Wagon... Ay, la magia y la elegancia de los clásicos...


Volviendo a los últimos años, justo al lado de la fuente de Bethesda es donde se desarrolla uno de los puntos clave de Gossip Girl, donde tiene lugar la boda de Chuck Bass y Blair Waldorf. Perdón por el spoiler. 

Central Park es parada obligatoria. Ahí puede pasar de todo, incluso encontrarte con un espectáculo de piruetas de mano de una panda de chicos tan talentosos como divertidos. Sí, uno de esos en los que te alejas para que no te cojan de "voluntaria" para saltarte por encima y hacerte algún chascarrillo que, sin lugar a duda, no vas a entender.

Después de desconectar un poco del caótico mundo neoyorkino, volvemos a la jungla. Fuimos a la Grand Central Station, vimos por fuera la Biblioteca Pública (me recomendaron encarecidamente entrar, pero íbamos más que pelados), y pasamos por Bryant Park. Lo digo, quiero un Bryant Park en mi vida. Estaba tan alucinada e íbamos tan de paso que ni hice fotografías, pero os cuento: es un parque situado junto a la biblioteca, en el que la gente bien se reúne para comer con amigos en alguno de los restaurantes que lo rodean, o bien se toma un tentempié en soledad o acude a una mini-biblioteca que permite leer al aire libre mientras se toma el sol. Es maravilloso. Eso sí, hasta arriba en hora punta. Este día tuvimos que comer en un Pret a Manger, que ya bien conocía de mi experiencia londinense.

Grand Central Station

New York Public Library (Biblioteca Pública de Nueva York)
Bryant Park (imagen: Wikipedia)

Más cosas: compras, tocaba comprar. Jorge quería ir a la NBA Store a por la camiseta oficial de Kobe Bryant, y después de pensárselo un poco porque el precio no era el que esperaba ("Jorge, si no te la compras te vas a arrepentir), la cogió y nos fuimos a seguir con la ruta. Después de ver el edificio de la ONU, al que puedes acceder previo pago de entrada y el cual nosotros obviamos, fuimos a Sutton Place para ver el puente de Queenboro e intentar imitar el famoso cartel de Manhattan, de Woody Allen. Descansito en Sutton Bar Room para una Sam Adam's, y a seguir caminando, que unas horas después nos esperaba el Madame Tussaud's, el famoso museo de cera. 

Imagen de Manhattan. No conseguimos banco, ni que nadie nos
la hiciera, así que la nuestra no quedó como esperábamos


Como íbamos con tiempo, fuimos a Times Square y entramos en Tonic Times Square, uno de esos bares con Happy Hours que te ofrecen dos cervezas a 10$, que acabas picando y dices"madre mía qué chollazo", pero no, siempre es un engaño: Budweiser. Después de beber una cerveza no especialmente deliciosa en un local con la música a tope y la luz tenue ("¿Pero qué hora es? ¿ Las 2 de la mañana?"), nos vamos ya al museo con toda la calma.

Pasamos al hall del Madame Tussaud's y..."Bea, ¿llevas tu la bolsa de la NBA?" - "Yo no llevo nada" - "Me caaaago....¡¡¡me la he dejado en el bar!!!". Y ahí me quedé, cual Auriga de Delfos, hierática y con su mochila en la mano a la espera de su vuelta y de que encontrara la bolsa sana y salva...¡y con la camiseta de Kobe dentro! 

*Esta referencia freaky merecía la imagen.
Aquí el "Auriga de Delfos", escultura griega del siglo V

Al rato recibo un WhatsApp: una foto de la band que se había comprado el día anterior, con la pantalla rota. Glup... ¡Pero había recuperado la camiseta! Cuando volvió, fatigado, me contó la historia: llegó al bar del infierno en cuestión y en el lugar donde estabamos sentados había un par de chicas que le dijeron que le habían dado la bolsa a la camarera...¡Viva la buena gente! Pero...¿qué había pasado con la band? Es lo que tiene ir corriendo por Times Square, que estaba en obras y, como siempre, lleno de miles de personas, que te tropiezas y acabas hecho un Cristo...En fin, podéis imaginaros como acabó el pobre, tanto física como moralmente. El pobre me dice que en el momento en el que se cayó, vio la band rota, y pensó que no recuperaría la camiseta, tuvo ganas de gritar y maldecir ese día para siempre. Aunque al menos una cosa le saliera bien, basta decir que su experiencia en el Madame no fue tan divertida como podía haber sido. Aunque también he de decir que el Tussaud's de Nueva York deja bastante que desear frente al de Londres, a pesar de ver una película con efectos 3D, tener toda una colección de figuras de Marvel (que a mí ni me van ni me viene), todos los James Bond de la historia (¡viva Timothy!), las Spice Girls, Don Draper (sí, nos hemos enganchado a Mad Men y nos encanta a los dos), Johnny Depp, Charlie Chaplin y Lenny Kravitz, entre otros (variadito por lo menos). 

Uy Don, ¡qué guapo vienes hoy!

Fue realmente duro elegir aquí
Siempre, Charlot!
Igualitos
El nuevo Kobe contra Carmelo Anthony

Si hay algo que destacar de la personalidad de Jorge es que siempre intenta estar de buen humor a pesar de las circunstancias. Así que a pesar de todo consiguió disfrutar de la visita y, con la misma sonrisa, tener ganas de ir a cenar al Hard Rock Cafe (ya os digo que a mí se me habrían quitado las ganas de hacer absolutamente nada). En cuanto al restaurante en cuestión, en mi opinión está muy sobrevalorado, al menos en lo que hamburguesas se refiere. Sin duda, la peor que probé durante todo el viaje. Eso sí, tienen reliquias que te quedas alucinando. No podemos negar que, a pesar de todo, el Hard Rock Café es ya todo un mito. 

Después de este duro día, y tras realizar hipótesis de si se podría arreglar o no la band, de si sería posible cambiar la pantalla, de ingeniarnos alguna trama para ir a la tienda Microsoft y contar alguna historia, decidimos que ya era hora de dormir. Que al día siguiente nos íbamos de museos: nos esperaba EL METROPOLITAN!